Me queda muy claro que como Médicos de la Risa no podemos hacer ningún regalo físico, aunque no tengo así de clara la postura hacia recibir algo material.
Creo que este fin de semana incurrí en ambas: pegué nuestra PRIMERA HUELLA en el hospital que visitamos, una calcomanía de risaterapia: vulpécula crux en la cajita-de-madera-para-poner-las-radiografías; y recibimos de un niño el más conmovedor, sincero e inocente reconocimiento que me han dado durante mi labor como idiota.
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Jugamos con él la Dra. Coqueta Croqueta y yo, aunque más bien todo giró en torno a qué iba a hacer cuando regresara a su casa y la fiesta de cumpleaños a la que nos iba a invitar (el dibujo que parece caracol a su izquierda es un mapa de cómo llegar a su casa), después mi colega le hizo un pastel al que le sopló, y hasta dio mordida.
Antes de eso nos habían subido mucho la pila, porque mientras nos lavábamos las manos escuchamos el llanto de un niño al que corrimos a acompañar mientras le hacían una curación; sin darse cuenta a los pocos segundo ya había dejado de llorar y jugaba con nosotros acerca de su edad (¿6? ¿16? ¿3? ¿26?).
Después improvisamos un cuento acerca de la Iguana Rosada que quería ir a la playa para, con el Sol, volver a ser verde. Queríamos que participara la mamá de un niño en la invención del relato, pero él al darse cuenta de que su mamá no se lo sabía aportó su parte :D (al final la iguana hizo una gran amistad con un cochino y se quedó a vivir en la playa).
Descubrimos que el papá de otro niño tenía la cabeza llena de púas así que le vendamos (aunque Coqueta se excedió un poquito y le cubrió toda la cabeza dejándolo sin poder respirar ni ver), lo dimos de alta y le recomendamos a su hijo que al día siguiente ya se lo llevara a su casa.
Fue un buen día de emociones gratas, compañía sensacional y recuerdos inolvidables.